Conoce a las Madres

Jíbara Kombucha

Stephanie Monserate

“Esto es mucho más que solo sembrar. Hay batallas climáticas, batallas sociales, batallas ambientales que conllevan lo que es la agroecología.”

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  • Stephanie Monserrate empezó a aprender sobre las plantas medicinales cuando trabajaba de bartender. Su plan no era quedarse en Puerto Rico, sino viajar por el mundo y trabajar en restaurantes. Pero, durante un viaje a Costa Rica donde comenzó a aprender más sobre la agricultura, los hidropónicos y la acuaponía, alguien le dijo: “¿No es cierto que la finca agroecológica más asombrosa está en Puerto Rico?”. La finca a la que se referían era Josco Bravo, en el barrio Mucarabones de Toa Alta. Intrigada, regresó a su casa, y tomó un curso de agroecología ofrecido en el Josco Bravo.

    Mientras aprendía sobre agroecología, Stephanie conoció la kombucha, una bebida milenaria hecha de té verde o negro fermentado. En ese momento, ella estaba teniendo problemas estomacales, y le gustó que la kombucha ofrecía probióticos de forma natural. La primera vez que lo vendió en un mercado fue dos días antes de que el huracán María azotara a Puerto Rico, en septiembre de 2017. “Y no sé por qué, en el peor momento posible, decidí 'Voy a hacer esto'”, cuenta Stephanie, mientras se ríe de su propia gallardía. La marca se llama Jíbara Kombucha. Jíbaro es una palabra que hace referencia a los agricultores de los campos de Puerto Rico. Stephanie explica que hay tres razones por las que eligió este nombre. “Primero, quería cambiar esa imagen del jíbaro puertorriqueño, que siempre es visto con desprecio, como un tonto”, dijo. En segundo lugar, quería hacerlo femenino para enfatizar el papel de las mujeres agricultoras. Tercero, ella sueña con algún día exportar el producto y que “un puertorriqueño, no sé dónde” se sorprenda y reconozca que lo confeccionaron en Puerto Rico. La agroecología es una práctica agrícola que une la ciencia y la sabiduría ancestral para promover la salud de los suelos y proteger el ecosistema.

    Además de la kombucha, en 2020, Stephanie comenzó a crear incienso y sahumerios, realizados con plantas que se queman para generar humo con propósitos terapéuticos o religiosos. “Hemos estado esforzándonos por rescatar lo que es nuestra propia medicina ancestral”, explicó sobre un deseo que surgió de cuestionar el uso de la salvia, o sage en inglés, un sahumerio que se ha popularizado en años recientes. Dice que empezó a indagar cuáles plantas usaban los pueblos originarios o indígenas de Puerto Rico. Luego, observó qué usaba su propia abuela como remedio natural. “Todas las abuelitas siempre tienen un ramito de raíces de vetiver. Tenemos nuestra salvia que se cultiva aquí”. Entonces, continuó mencionando otras plantas, como la malagueta y la canela, que se usaban en ceremonias.

    Jíbara Kombucha es un esfuerzo para sustentarse y tener la libertad de seguir cultivando junto al Colectivo Agroecológico Guakiá. Stephanie asegura que el mayor desafío que enfrenta el grupo es balancear el trabajo en la finca y terminar las propuestas para que siga en pie.

Taller Escuela Pescantil

“Nosotros necesitamos, en nuestro pueblo de Loíza, la prosperidad. Y si tenemos los recursos, ¿por qué no coger esos recursos y convertirlos en incentivo económico para nosotros mismos?”

Anabela Fuentes

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  • Anabela Fuentes encontró el sitio ideal para enseñar pesca sostenible a la niñez en Loíza, a una cuadra de una villa pesquera en desuso. La estructura es un edificio abandonado, de paredes blancas. Su interior está repleto de hojas secas porque no hay techo que lo proteja del viento o de la lluvia. Anabela mira el deterioro y solo ve su potencial. “Tenemos esa esperanza, que de aquí van a salir biólogos marinos; que su interés por el entorno, por la naturaleza, por el recurso [del] mar va a aumentar”, dice con una sonrisa convincente, decretando un futuro de prosperidad para su comunidad.

    Lleva sus trenzas amarradas en un moño, y viste una camiseta negra que dice: “You can do anything”—puedes hacer cualquier cosa. La comunidad recaudó el dinero para comprar el edificio, y ahora un cartel anuncia las tres organizaciones comunitarias que ofrecerán servicios allí.

    La idea para convertir esa estructura en un centro comunitario surgió en medio de una limpieza comunitaria. Los vecinos abrieron el espacio y se deshicieron de los escombros dejados por el huracán María, que causó destrucción en Puerto Rico en septiembre de 2017. Al terminar la barrida, su mirada de ese espacio cambió: ese estorbo, por el cual había transitado tantas veces, tenía el potencial para reunir a la niñez loiceña en el Taller Escuela Pescantil, un proyecto que venía desarrollando junto a su hija, para rescatar el oficio de la pesca en Loíza. “Nosotros necesitamos, en nuestro pueblo de Loíza, la prosperidad. Y si tenemos los recursos, ¿por qué no coger esos recursos y convertirlos en incentivo económico para nosotros mismos?”, plantea la abuela de 58 años.

    Recientemente, Anabela recibió fondos de una organización aliada en Puerto Rico para empezar a diseñar y construir el centro comunitario de sus sueños, en el corazón de la comunidad que ama.

Amigxs del M.A.R

“Si nos empezamos a ver como parte de la naturaleza, podemos soltar estas cosas que nos siguen atrasando y que nos entristecen porque son cosas que vienen de los sistemas políticos y económicos. El huracán no tiene la culpa.”

Vanessa Uriarte

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  • “Estoy feliz aquí”, dice Vanessa Uriarte, mientras mira alrededor de las ceibas y las palmeras del bosque costero conocido como Playas Pa’l Pueblo, en Isla Verde. Uriarte es codirectora de Amigxs del M.A.R., una organización cuyo propósito es proteger los ecosistemas y las comunidades de Puerto Rico a través de la educación y la abogacía. Esta entidad fue parte integral de la protección de cinco hectáreas de tierra que, en 2005, fueron completamente deforestadas para expandir un hotel con piscinas y un estacionamiento subterráneo. En ese espacio, Amigxs del M.A.R.—junto a otros activistas y organizaciones— iniciaron actos de desobediencia civil que duraron 14 años. “Sembramos este bosque costero y [restauramos] todo este ecosistema como una contrapropuesta de cómo deben verse nuestras playas para [no solamente] defendernos del cambio climático, pero también para que veamos que hay otras alternativas”.

    La consigna “las playas son del pueblo” se ha popularizado en los últimos años mientras las comunidades de Puerto Rico luchan en contra de las construcciones en la costa. Sin embargo, como bien dice Uriarte, la consigna "tiene una historia antes de nosotros". La campaña “Las Playas Pa’l Pueblo” tiene sus orígenes entre los años 1969 y 1971, cuando grupos independentistas y socialistas en Puerto Rico denunciaron la privatización de las playas a causa de corporaciones extranjeras y bases militares. Los manifestantes, según la catedrática Érika Fontánez, se manifestaron en el Caribe Hilton en San Juan. Este hotel tiene la única playa privada reconocida por el gobierno. Sin embargo, hay varias playas en Puerto Rico que, para todo fin práctico, han sido privatizadas, contrario a lo que estipula la ley del archipiélago, que las playas son espacios públicos.

    Amigxs del M.A.R. está abogando por una ley que crearía una moratoria de las construcciones en la costa de Puerto Rico. “Eso es lo que nos falta: unirnos como pueblo, para proteger a las comunidades costeras y articular una solución que cambie lo que hay para no seguir repitiendo el mismo patrón”.

Fi.Ti.CAS

Mariolga Reyes Cruz

“Mi sueño es que tengamos suelos fértiles donde echar raíces.”

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  • Mariolga Reyes Cruz nos cita en la Plaza del Mercado de Río Piedras, su pueblo de crianza. El mercado está ubicado en el casco urbano antiguo de lo que, a principios del siglo XX, fue el pueblo más poblado y de mayor crecimiento en Puerto Rico. “Me crié con la mentalidad de aquella época (entre los años 70 a 90): de echarle ganas a los estudios, y así, hacerse una de un lugar cómodo en la sociedad, entre mujeres negras, cimarronas que estaban tratando de tener vidas dignas”, comenta. El cimarronaje alude a las personas esclavizadas que escaparon del sistema de opresión sistémica y se liberaron. Para Mariolga, ser cimarrona en el siglo XXI significa que “una tiene que hacer malabares para vivir en unos sistemas, que están tratando de que tú no vivas dignamente[...] uno simplemente tiene que hacer los caminos de fuga, y fugarse, y trabajar desde afuera; construir otras vidas fuera del sistema de explotación”.

    Su trabajo en los últimos años se ha centrado en la soberanía alimentaria en Puerto Rico; así se ha permitido fugarse y ser cimarrona. Por eso, quiso ser retratada frente a un mural del mercado, que alude a un cuadro de Ramón Frade, El pan nuestro de cada día, en el que un jíbaro —agricultor puertorriqueño— sostiene un racimo de plátanos. En el mural, el jíbaro está rodeado de la abundancia de la cosecha enmarcada por versos de una canción de Rafael Hernández, Lamento Borincano. Aunque dice que la imagen idealiza el trabajo duro de la agricultura, "también nos habla de posibles futuros en los que haya otros tipos de economía, basados en nuestras relaciones con la tierra".

    Tras trabajar en Estados Unidos, Mariolga regresó a Puerto Rico en 2005. Seis años más tarde empezó a colaborar con JuanMa Pagán Teitelbaum, documentando perfiles de agricultores agroecológicos de Puerto Rico. Detrás de las cámaras, aprendieron sobre las luchas de los agricultores. Ese descubrimiento personal sobre una parte de la historia nacional y colonial les llevó a producir la galardonada película Serán las Dueñas de la Tierra, que estrenó en los cines en 2022.

    Mariolga y JuanMa pasaron entonces a fundar el Fideicomiso de Tierras Comunitarias para la Agricultura Sostenible (FiTiCAS), el primer fideicomiso de tierras comunitarias dedicadas a la agricultura ecológica en Puerto Rico. En mayo de 2023, FiTiCAS recibió su primera donación de tierras: una finca de 32 acres en Ciales. Actualmente, están trabajando en diseñar las mejores formas de apoyar a los agricultores de las tierras comunes y en integrar más fincas. Según Mariolga, parte del trabajo consiste en tener conversaciones que deconstruyan y que descolonicen nuestra relación con la tierra. "En mi familia, por generaciones, nos hemos tenido que ir y volver, ir y volver, siempre buscando las condiciones materiales para quedarnos. Pero, para crecer raíces, se necesita tierra fértil. Eso es lo que estamos haciendo, protegiendo y cuidando el suelo, para poder quedarnos en nuestra tierra y echar raíces".

CRES

Yvette Nuñez Sepúlveda

“Te dicen: ‘Puedes ser médico’, “puedes ser abogado’, pero nunca te dicen, ‘puedes regenerar ecosistemas’, ‘puedes sembrar árboles’”. 

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  • A Yvette Núñez le fascina estudiar la relación entre los seres humanos y los ecosistemas de los que forman parte. Sus estudios en Antropología y Planificación le han permitido asumir un acercamiento distinto al tema del medioambiente. “Todo lo que he aprendido lo he estado implementando en la vida diaria en comunidad y en el trabajo de restauración, a través de esa mezcla armoniosa de lo que es el componente humano dentro del ecosistema”, describe bajo árboles frutales en un bosque costero, en Punta las Marías, un subbarrio de Santurce, al norte de Puerto Rico.

    El Bosque Costero de Punta Las Marías fue rescatado por la comunidad hace décadas. “Se dio una lucha en este espacio para que no lo cerraran al público", menciona. Por ley, las playas de Puerto Rico son de dominio público, pero las construcciones de condominios y hoteles, a menudo, obstaculizan el acceso a las costas. Los vecinos se unieron para prevenir que esto sucediera, tras enterarse que un desarrollador había iniciado una construcción donde se apropiaron de una calle pública que lleva al mar. Aunque lograron detener la construcción, al día de hoy, los enormes cimientos oxidados de este proyecto permanecen como escombros en la arena.

    En 2013, Yvette se unió a un grupo de vecinos para recoger la basura y los escombros en el Bosque Costero. Un año después, cofundó la Coalición Restauración de Ecosistemas Santurcinos (CRES) con el biólogo marino Juan David Murcia Eslava. CRES se ha dedicado a restaurar dunas y arrecifes de coral en la isleta de Santurce—lugar antes conocido como San Mateo de Cangrejos. Han custodiado el bosque, creado senderos y sembrado especies de árboles nativos y endémicos. "Fuimos podando los [árboles] que no son nativos, y nos dimos cuenta que el huracán [María] se los llevó [los árboles introducidos], y los nativos fueron los que sobrevivieron", añadió.

    El bosque es ahora un lugar recreativo donde la gente pasea a sus perros, observa aves, cosecha frutas y disfruta de un espacio natural en medio de una zona urbana. Mucha gente del barrio descubrió el espacio durante la pandemia, aseguró Núñez. "Esto es también una terapia para las personas, una terapia para nosotros".

Finca la Malcría 

Ada Ramona Miranda

“Estamos saliendo de ser malcriadas. De estar mal-criadas por ese patriarcado”.

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  • Ada Ramona Miranda describe su infancia como hermosa. Creció en Aguirre, un barrio en el municipio sureño de Salinas. Dice que su familia tenía seguridad alimentaria porque criaban gallinas y cerdos, y mantenían un huerto. Recuerda también que la escuela y el cine se alcanzaban caminando, pero el Aguirre que nos mostró en 2022 es distinto a cómo ella lo recuerda. La escuela y el teatro están cerrados, muchas casas están abandonadas, y una enorme estructura de hierro en decadencia nos recuerda el pasado azucarero de Puerto Rico y las desigualdades económicas que acentuó para esta población. Aguirre se desarrolló como un company town o pueblo fabril, en 1899, un año después de que Estados Unidos invadiera Puerto Rico.

    Dentro de este contexto, Ada ha decidido aprender prácticas para promover la salud; entre ellas, la agroecología, la energía renovable y el turismo regenerativo, que busca nutrir al destino visitado en vez de extraer sus recursos. Todos sus aprendizajes los está poniendo en práctica en su propio proyecto en Adjuntas, Hacienda Las Malcriá.

    La legisladora independiente del municipio de Salinas ofrece talleres y cultiva árboles de café. Recientemente, ganó el primer lugar de la octava competencia de La Taza de Oro, en la categoría de Café No Lavado, una técnica en la que el café se seca con la pulpa.

    Para invertir en la finca, ha tenido que aceptar otros trabajos y dedicar menos tiempo al cultivo, pero eso no le resta la posibilidad de soñar con el futuro que anhela. Ada desea que Hacienda Las Macriá sea un espacio donde las mujeres puedan conectar con la naturaleza y con su propio valor. "Estamos saliendo de ser malcriadas... De estar malcriadas por ese patriarcado", dice explicando el nombre de la Hacienda y por qué desea que sea “un espacio de sanación para la mujer". A la vez, admite que le falta mucho por aprender, pero que se sostiene gracias a su comunidad.

Comedores Sociales

Marisel Robles Gutiérrez

“La colonización no ha quitado el poder que teníamos sobre nuestra salud, sobre nuestra comida.”

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  • Marisel Robles nos recibe con una camisa naranja neón, que lee: "Yo no como austeridad", lema de Comedores Sociales. Bajo un árbol de moringa, en la sede de la organización Centro de Apoyo Mutuo de Caguas, ella comienza a describir el estado en que se encontraba aquella estructura en 2017, a solo días del huracán María. “[Era] como un color bien opaco. No tenía nada de los techos —que tú ves ahora mismo— exteriores, que crean terraza. Adentro, eso era un revolú de cubículos porque esto era una oficina”, relata. Su descripción contrasta con los murales llamativos del espacio, la cocina y el supermercado cooperativo, que está repleto de productos frescos y locales. Tras adueñarse del espacio, la cocina fue lo primero que se construyó. Tras el paso del huracán María, hubo una crisis de inseguridad alimentaria en el archipiélago de Puerto Rico porque los puertos cerraron y los alimentos escasearon en los supermercados. Durante la pandemia de COVID-19, construyeron un almacén. “La necesidad te lleva a construir y a crear oportunidades nuevas”, añade.

    Comedores Sociales surgió de un grupo de estudiantes universitarios que querían organizarse desde las necesidades y no desde las ideas, dice Marisel quien ahora ejerce como coordinadora. En esas discusiones, identificaron la seguridad alimentaria como una necesidad mayor, incluso, entre sus propies compañeres. Comenzaron colocando una mesa donde servían comidas a cambio de donativos o tiempo de voluntariado. Con el tiempo, su proyecto y su impacto han ido creciendo. Marisel afirma que parte de su éxito ha sido por su rápida respuesta ante las emergencias. Tan pronto el gobierno de Puerto Rico declaró un toque de queda por la pandemia, en marzo de 2020, el grupo se organizó y utilizó el dinero de su cuenta bancaria para comprar comida a la gente. Así surgió la iniciativa Compras Solidarias, que se mantuvo en marcha de abril a septiembre de 2020, y distribuyó 700 compras semanales; sin embargo, el objetivo de la organización siempre ha sido las soluciones a largo plazo y el cambio sistémico. Eso inspiró Súper Solidario Coop, un supermercado cooperativo emergente que ofrece productos locales y frescos a precios asequibles. “Para nosotros, la soberanía alimentaria es lo principal, pero es una herramienta, una estrategia dentro de la autodeterminación y del derecho de las personas a desarrollarse como quieran y dar lo mejor de sí”.

Mujeres de Islas

Dulce del Río-Pineda

“Cuando tú reúnes comunidad, es como si pusieras un fósforo en en la gasolina y ¡fuaa! Se enciende, y la gente empieza a pedir, a decir, a reclamar y a proponer. Y esa es nuestra apuesta: a reunir, a seguir fomentando esa participación ciudadana.“

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  • A los 23 años, Dulce del Río Pineda llegó a la isla de Culebra, en la costa este de Puerto Rico, para ejercer como maestra en un campamento de verano para niños con discapacidad intelectual. Cuarenta años después, no solo hizo de Culebra su hogar, sino que se mantiene regresando constantemente a esa escuela que ahora está ocupada por la comunidad. “Este espacio se creó con las manos trabajadoras de nuestra comunidad”, dijo sobre la escuela rescatada, bautizada como la Sede de Experiencias Vivas de Aprendizaje (SEVA). Desde allí opera la organización Mujeres de Isla, que ella integra. El espacio cuenta con un patio interior, integrado con la naturaleza, donde se siente la brisa. Las gallinas pasean libremente entre los jardines y el piso de cemento. La antigua escuela es un centro resiliente con paneles solares, cocina comunitaria, estaciones de compostaje y viveros.

    Desde la sede, Mujeres de Isla gestiona múltiples proyectos para impulsar la salud y prosperidad de Culebra; entre ellos, el Proyecto Siembra, que inició en 2014, gracias a una beca de Americorps, una agencia del gobierno estadounidense. Dulce explica que llevan trabajando “desde hace un tiempito” hacia la seguridad alimentaria y nutricional. “No es solo que queremos alimentos; [sino que] queremos alimentos que sean nutritivos”, puntualiza.

    Desde 2019, el grupo de mujeres está promoviendo el desarrollo económico de su comunidad a través de la Sede de Incubadora Solidaria , programa que ofrece capacitaciones para impulsar los emprendimientos culebrenses.

    Además, tienen una colaboración con la Asociación Pesquera de Culebra. Tras el huracán Fiona, que pasó sobre Puerto Rico el 18 de septiembre de 2022, Mujeres de Isla compró todo el producto de los pescadores locales para rendir su vida útil. Cada semana, preparaban un guiso de pescado que servían a la gente, para crear un lugar cálido donde procesar el evento atmosférico y alimentarse. “Cuando tú reúnes a la comunidad, es como si pusieras un fósforo en la gasolina y ¡fuaa! Se enciende, y la gente empieza a pedir, a decir, a reclamar y a proponer. Y esa es nuestra apuesta: a reunir, a seguir fomentando esa participación ciudadana”, añade.

Finca Güakiá

“La comida libera a los pueblos. Producir comida es parte de ese contexto de libertad que necesita cualquier pueblo para seguir hacia adelante”.

Marissa Reyes Díaz

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  • “La comida libera a los pueblos”, dice Marissa Reyes bajo un gazebo que construyeron los miembros del Colectivo Agroecológico Guakiá, en Dorado.

    Al ver la abundancia de bok choys, pepinillos, amaranto y flores salvajes en la finca de Dorado, es difícil pensar que este lugar fue un vertedero clandestino. En verano de 2017, llegaron a un acuerdo colaborativo con las dueñas del espacio, las Hermanas Dominicas de la Santa Cruz. Desde que llegaron, le explicaron a la comunidad de San Carlos en Dorado su intención de crear una finca. Escogieron el nombre de Guakiá, que significa “nosotros” en la lengua de los indígenas de Puerto Rico.

    Tras limpiar el espacio, llegaron los huracanes Irma y María, en septiembre de 2017. “Ahí hacemos pausa a cualquier desarrollo posible en la finca y nos concentramos en ver cómo podíamos trabajar en conjunto con la comunidad para salir del desespero, de la ansiedad, de las depresiones, de la falta de comida, de la falta de agua”, explica, y añade que dieron comida, organizaron limpiezas y hasta gestionaron un encuentro en la finca con psicólogos y psiquiatras.

    En 2019, retomaron la siembra, pero pronto aparecieron otros problemas. El paraje comenzó a ser un destino para desechar carros que habían sido utilizados en actividades criminales. En una ocasión, las agricultoras descubrieron un cadáver al interior de uno de los carros. El colectivo construyó un portón, pero, en poco tiempo, se lo tumbaron y entraron un carro ardiendo en fuego. La situación había escalado tanto que el grupo decidió que era momento de reubicarse.

    Regresar a la práctica ancestral de la agricultura ha sido arduo; sobre todo, en una sociedad que valora más el lucro que la sustentabilidad. “Es un proyecto de vida ser agricultora y producir alimentos. Y las grandes corporaciones y la industrialización nos han separado mucho de esa [forma de] permanecer y formar parte del ecosistema… La agroecología vino a rescatar lo que era ya de nosotras y de nosotros”, concluye.

    Al momento de publicación, Guakiá consiguió un lugar nuevo para su proyecto y está buscando cómo comprarlo con el apoyo de organizaciones aliadas.

Sierra Club

Hernaliz Vázquez Torres

“Cuando yo hablo de sostenerse, no es solamente hacer espacios para hablar sobre lo que nos está atravesando en la vida como problemática, sino también hacer espacios para soñar el otro mundo posible.”

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  • Hernaliz Vázquez Torres conoció el activismo y la justicia ambiental temprano en su vida. Desde pequeña, vio a los adultos a su alrededor manifestándose en contra de la construcción de la planta de carbón de la compañía Applied Energy Services, conocida coloquialmente como “la carbonera”. Hernaliz fue retratada para esta serie en el territorio que defiende, frente a una compañía alimentada por carbón en Guayama, un pueblo en la costa sureña. “Cuando era niña, recuerdo que mis compañeres jugaban baloncesto y se cansaban rápido. Éramos niñes, nadie entendía qué era. Y ahora, diez años después, sabemos que todo está relacionado con la contaminación del agua, el suelo y el aire por la planta de carbón”, dice Hernaliz, quien labora actualmente como organizadora y planificadora en Sierra Club Puerto Rico. Esta experiencia la hizo reafirmar su compromiso de luchar por la justicia social, racial, económica, ambiental y de género en el archipiélago, asegura. "Una de mis prioridades es que haya una transición justa, económica y reparaciones antes del cierre de la planta de carbón”, agrega.

    Hernaliz fue una figura fundamental en la aprobación de una ley contra los plásticos de un solo uso y, a través de Sierra Club, continúa generando poder popular para abogar por una política climática justa, es decir, que la política pública para enfrentar la crisis climática atienda las necesidades de las personas más vulnerables en la sociedad. “La energía, como esfera de poder, explota las cuerpas de la misma manera que explota el territorio. Por eso, le apuesto a subvertir los modelos económicos, priorizando las economías del cuidado desde una perspectiva ecofeminista”, dijo Hernaliz mientras invitaba a participar en Acción Climática Ahora, una campaña para exigir que el gobierno tome acción para atender la crisis climática.